EL CONCEPTO FILOSÓFICO DE LA
MUERTE EN EL MÉXICO ANTIGUO
Guillermo Marín
Cuando morimos,
no en verdad morimos,
porque vivimos, resucitamos,
seguimos viviendo, despertamos,
Esto nos hace felices ...
¿Acaso de verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra,
no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí." (*)
Todos los pueblos del mundo tienen un espacio especial para la muerte, toda vez que en ella se responde la tercera pregunta del problema ontológico del ser, "a donde iré después de la muerte". Pero existen dos civilizaciones que especialmente centraron su Desarrollo Cultural en el concepto de LA MUERTE; el pueblo egipcio y los antiguos mexicanos.
En efecto, nuestros Viejos Abuelos definieron como un par de opuestos complementarios a la vida y a la muerte. Dualidad que se opone y al mismo tiempo se necesita, PUES NO PUDE HABER VIDA SIN LA MUERTE Y MUERTE SIN LA VIDA.
Los antiguos Toltecas, los hombres de conocimiento del México Antiguo, pretendían en sus majestuosos Centros de Conocimiento, hoy llamados zonas arqueológicas, llegar a la vida eterna a través de la "muerte" de la vida mundana. Es decir, que sólo ante la muerte de los apegos terrenales el espíritu quedaba libre, para iniciar el luminoso viaje hacia la vida eterna. Por ello, en su iconografía, desde los olmecas del preclásico, pasando por los toltecas del clásico, hasta el postclásico decadente de los aztecas, la osamenta en todos los gravados, pinturas y esculturas, representaba la vida eterna, ya que lo último que tarde en destruirse de un cadáver es la osamenta (es lo que queda de la vida material).
Nuestros Viejos Abuelos se preguntaban a donde iremos después de la muerte.
¿A dónde iré?;
¿A dónde iré?
El camino de la Dualidad Divina.
¿Por ventura es tu casa el lugar de los descarnados?,
¿Acaso en el interior del cielo?,
¿O solamente aquí en la tierra es el lugar de los descarnados?. (*)
Porque para ellos la vida en la tierra era totalmente pasajera, presuponían que tenemos los seres humanos un destino más importante, un lugar en lo inconmensurable a donde deberemos llegar después de transitar por esta existencia terrenal. La muerte es un paso a la vida eterna.
Asumían al ser humano como un Guerrero. Un luchador de las fuerzas cósmicas que rigen al universo y de la cuál ellos forman parte activa. Los Guerreros se formaban en el Calmecac, escuela de altos estudios que permitía que el aspirante, ya sea hombre o mujer, se forjara como un "Guerrero del Espíritu", ya que él debía iniciar una descomunal batalla en lo más profundo de sus adentros, !contra sí mismo!. Contra las debilidades de su espíritu y las tentaciones de la materia. A esta lucha le llamaron poéticamente "La Batalla Florida". Esta guerra se libraba con "Flor y Canto", es decir con las armas del arte y la sabiduría y en lo profundo del individuo. El objetivo de esta impecable batalla era "florecer el corazón y darse como alimento a los seres queridos" . Esta augusta Batalla Florida forjaba "rostros propios y corazones verdaderos" entre los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos durante muchos siglos que duró el esplendor del México Antiguo.
De esta manera debemos entender y comprender que nuestros antepasados tenían un profundo interés por la vida espiritual y la trascendencia de la existencia. Que llegaron a niveles de conocimiento espiritual y energético del ser humano, tan grande y avanzado, que hoy todavía no los podemos entender cabalmente, pero que siguen siendo vigentes y vitales, para la existencia humana.
En la memoria histórica del Anahuac encontramos que nuestros Viejos Abuelos tenían cuatro lugares a donde irían los muertos, según se hubieran comportado a lo largo de toda su vida.
El primero era el más importante y apreciado, se llamaba "Ilhuicatltonatíuh", luminoso lugar reservado para aquellos Guerreros del Espíritu, hombres o mujeres, que habiendo dedicado toda una vida a la "Batalla Florida" habían logrado "florecer su corazón". Así, los "Guerreros de la Luz" acompañaban al Sol del amanecer al cenit en su ascendente carrera, venciendo a las fuerzas gravitacionales que arrastran a la materia a las obscuridades de la ignorancia. Las "Guerreras de la Luz" también acompañaban al Sol, pero desde el cenit hasta el atardecer, hasta que naufragaba en el inframundo, señorío de Mictlantecutli "El Señor de la Muerte".
El segundo lugar llamado "Chichihuacuacho" que era a donde iban los muertos en el México Antiguo, estaba reservado para aquellos niños que morían de recién nacidos a tierna edad. Este lugar era como un paraíso en el que había un inmenso árbol del que caían gotitas de leche de sus ramas y los niños al alimentarse de ella, vivían felices en este "paraíso infantil" en el que se suponía vivirían los infantes hasta el nacimiento del sexto Sol, tiempo en que nacerían de nuevo.
El tercer lugar llamado "Tlalócan" estaba reservado para los que morían de causas relacionadas con el agua, como los ahogados, muerte por rayos, los leprosos y hidrópticos. El Tlalócan la mansión de la luna, era un paraíso en el que había condiciones ideales, un lugar agradable y fresco.
Finalmente existía un lugar para quienes no habían alcanzado la muerte luminosa del Guerrero, ni la muerte tierna del niño, ni la muerte sagrada asociada al agua. Lugar en verdad terrible porque significaba la nada, la muerte estéril producto de una vida vacía, la muerte sin consecuencias y sin trascendencia; la muerte para nada. Este es el cuarto lugar donde iban los muertos, según los antiguos mexicanos, era el Mictlán. Lugar a donde iban los que morían de muerte natural, fueran señores o macehuales, sin distinción de rango ni de riquezas.
Después del funeral, el muerto en cuestión tenía que cruzar por un largo y caudaloso río llamado Apanohuaya, para lo cual necesitaba de la ayuda de un perro (techichi). Posteriormente ya despojado de sus vestiduras tenía que cruzar entre unas montañas que siempre estaban chocando una contra la otra y que se llamaban Tépetlmonamictia. Después tenían que pasar por un cerro erizado de filosos pedernales, para a continuación atravesar ocho colinas llamadas Cehuecáyan, en donde siempre estaba cayendo una terrible tormenta de nieve, después tenía que cruzar 8 llanuras en donde un gélido viento cortaba como navaja. Después tenía que seguir un camino en donde era flechado por "los tiradores de lo desconocido". A continuación se encontraba con el Teocoyleualoyan, inmenso tigre que le comía el corazón, para sin él, caer en el Apanviayo, en cuyas aguas negras se encontraba la terrible lagartija Xochitonal. Es entonces que había concluido el doloroso viaje de sufrimiento, presentándose ante el mismo Señor de la Muerte (Mictlantecutli) quien le diría al difunto ... "Han terminado tus penas terrenales, vete pues, a dormir tu sueño mortal". Después de 4 años de viaje por el Mictlan, !la nada era su destino final!.
Es así como nuestros Viejos Abuelos interpretaban a la muerte desde el aspecto filosófico. Este Patrimonio Cultural sigue vivo y presente en nuestra cultura, que no refleja más que la visión milenaria de nuestras raíces. La fiesta de los difuntos o las de Tonatzin-Guadalupe, es la presencia viva e innegable de nuestro "corazón indígena". Los mexicanos contemporáneos somos indígenas en lo filosófico y en lo espiritual. Nuestra relación profunda con la vida, la muerte, la familia, la naturaleza, la amistad, el trabajo, están más cerca de nuestra Cultura Madre, que de la cultura Occidental. El problema es que en estos últimos 500 años nos han educado a sentir vergüenza y menosprecio de nosotros mismos y a tener en el olvido la esencia y herencia luminosa de nuestros Viejos Abuelos. Educación que nos ha mantenido siempre derrotados y sumisos, impotentes ante lo extranjero y al mismo tiempo, feroces verdugos de nuestra cultura primordial y de nuestra gente. Copiando modas y culturas extranjeras para supuestamente con eso sentirnos "modernos y progresistas", pero lo que en verdad nos hacen, es sólo ser cosumistas de productos chatarra y dejarnos en la miseria económica y espiritual.
Celebrar la fiesta de el día de muertos con profunda y autentica emoción, apegados a la tradición y a la costumbre, es iniciar un viaje al corazón del México Antiguo, un encuentro con nosotros mismos.
(*) Cantares Mexicanos.
MUERTE EN EL MÉXICO ANTIGUO
Guillermo Marín
Cuando morimos,
no en verdad morimos,
porque vivimos, resucitamos,
seguimos viviendo, despertamos,
Esto nos hace felices ...
¿Acaso de verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra,
no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí." (*)
Todos los pueblos del mundo tienen un espacio especial para la muerte, toda vez que en ella se responde la tercera pregunta del problema ontológico del ser, "a donde iré después de la muerte". Pero existen dos civilizaciones que especialmente centraron su Desarrollo Cultural en el concepto de LA MUERTE; el pueblo egipcio y los antiguos mexicanos.
En efecto, nuestros Viejos Abuelos definieron como un par de opuestos complementarios a la vida y a la muerte. Dualidad que se opone y al mismo tiempo se necesita, PUES NO PUDE HABER VIDA SIN LA MUERTE Y MUERTE SIN LA VIDA.
Los antiguos Toltecas, los hombres de conocimiento del México Antiguo, pretendían en sus majestuosos Centros de Conocimiento, hoy llamados zonas arqueológicas, llegar a la vida eterna a través de la "muerte" de la vida mundana. Es decir, que sólo ante la muerte de los apegos terrenales el espíritu quedaba libre, para iniciar el luminoso viaje hacia la vida eterna. Por ello, en su iconografía, desde los olmecas del preclásico, pasando por los toltecas del clásico, hasta el postclásico decadente de los aztecas, la osamenta en todos los gravados, pinturas y esculturas, representaba la vida eterna, ya que lo último que tarde en destruirse de un cadáver es la osamenta (es lo que queda de la vida material).
Nuestros Viejos Abuelos se preguntaban a donde iremos después de la muerte.
¿A dónde iré?;
¿A dónde iré?
El camino de la Dualidad Divina.
¿Por ventura es tu casa el lugar de los descarnados?,
¿Acaso en el interior del cielo?,
¿O solamente aquí en la tierra es el lugar de los descarnados?. (*)
Porque para ellos la vida en la tierra era totalmente pasajera, presuponían que tenemos los seres humanos un destino más importante, un lugar en lo inconmensurable a donde deberemos llegar después de transitar por esta existencia terrenal. La muerte es un paso a la vida eterna.
Asumían al ser humano como un Guerrero. Un luchador de las fuerzas cósmicas que rigen al universo y de la cuál ellos forman parte activa. Los Guerreros se formaban en el Calmecac, escuela de altos estudios que permitía que el aspirante, ya sea hombre o mujer, se forjara como un "Guerrero del Espíritu", ya que él debía iniciar una descomunal batalla en lo más profundo de sus adentros, !contra sí mismo!. Contra las debilidades de su espíritu y las tentaciones de la materia. A esta lucha le llamaron poéticamente "La Batalla Florida". Esta guerra se libraba con "Flor y Canto", es decir con las armas del arte y la sabiduría y en lo profundo del individuo. El objetivo de esta impecable batalla era "florecer el corazón y darse como alimento a los seres queridos" . Esta augusta Batalla Florida forjaba "rostros propios y corazones verdaderos" entre los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos durante muchos siglos que duró el esplendor del México Antiguo.
De esta manera debemos entender y comprender que nuestros antepasados tenían un profundo interés por la vida espiritual y la trascendencia de la existencia. Que llegaron a niveles de conocimiento espiritual y energético del ser humano, tan grande y avanzado, que hoy todavía no los podemos entender cabalmente, pero que siguen siendo vigentes y vitales, para la existencia humana.
En la memoria histórica del Anahuac encontramos que nuestros Viejos Abuelos tenían cuatro lugares a donde irían los muertos, según se hubieran comportado a lo largo de toda su vida.
El primero era el más importante y apreciado, se llamaba "Ilhuicatltonatíuh", luminoso lugar reservado para aquellos Guerreros del Espíritu, hombres o mujeres, que habiendo dedicado toda una vida a la "Batalla Florida" habían logrado "florecer su corazón". Así, los "Guerreros de la Luz" acompañaban al Sol del amanecer al cenit en su ascendente carrera, venciendo a las fuerzas gravitacionales que arrastran a la materia a las obscuridades de la ignorancia. Las "Guerreras de la Luz" también acompañaban al Sol, pero desde el cenit hasta el atardecer, hasta que naufragaba en el inframundo, señorío de Mictlantecutli "El Señor de la Muerte".
El segundo lugar llamado "Chichihuacuacho" que era a donde iban los muertos en el México Antiguo, estaba reservado para aquellos niños que morían de recién nacidos a tierna edad. Este lugar era como un paraíso en el que había un inmenso árbol del que caían gotitas de leche de sus ramas y los niños al alimentarse de ella, vivían felices en este "paraíso infantil" en el que se suponía vivirían los infantes hasta el nacimiento del sexto Sol, tiempo en que nacerían de nuevo.
El tercer lugar llamado "Tlalócan" estaba reservado para los que morían de causas relacionadas con el agua, como los ahogados, muerte por rayos, los leprosos y hidrópticos. El Tlalócan la mansión de la luna, era un paraíso en el que había condiciones ideales, un lugar agradable y fresco.
Finalmente existía un lugar para quienes no habían alcanzado la muerte luminosa del Guerrero, ni la muerte tierna del niño, ni la muerte sagrada asociada al agua. Lugar en verdad terrible porque significaba la nada, la muerte estéril producto de una vida vacía, la muerte sin consecuencias y sin trascendencia; la muerte para nada. Este es el cuarto lugar donde iban los muertos, según los antiguos mexicanos, era el Mictlán. Lugar a donde iban los que morían de muerte natural, fueran señores o macehuales, sin distinción de rango ni de riquezas.
Después del funeral, el muerto en cuestión tenía que cruzar por un largo y caudaloso río llamado Apanohuaya, para lo cual necesitaba de la ayuda de un perro (techichi). Posteriormente ya despojado de sus vestiduras tenía que cruzar entre unas montañas que siempre estaban chocando una contra la otra y que se llamaban Tépetlmonamictia. Después tenían que pasar por un cerro erizado de filosos pedernales, para a continuación atravesar ocho colinas llamadas Cehuecáyan, en donde siempre estaba cayendo una terrible tormenta de nieve, después tenía que cruzar 8 llanuras en donde un gélido viento cortaba como navaja. Después tenía que seguir un camino en donde era flechado por "los tiradores de lo desconocido". A continuación se encontraba con el Teocoyleualoyan, inmenso tigre que le comía el corazón, para sin él, caer en el Apanviayo, en cuyas aguas negras se encontraba la terrible lagartija Xochitonal. Es entonces que había concluido el doloroso viaje de sufrimiento, presentándose ante el mismo Señor de la Muerte (Mictlantecutli) quien le diría al difunto ... "Han terminado tus penas terrenales, vete pues, a dormir tu sueño mortal". Después de 4 años de viaje por el Mictlan, !la nada era su destino final!.
Es así como nuestros Viejos Abuelos interpretaban a la muerte desde el aspecto filosófico. Este Patrimonio Cultural sigue vivo y presente en nuestra cultura, que no refleja más que la visión milenaria de nuestras raíces. La fiesta de los difuntos o las de Tonatzin-Guadalupe, es la presencia viva e innegable de nuestro "corazón indígena". Los mexicanos contemporáneos somos indígenas en lo filosófico y en lo espiritual. Nuestra relación profunda con la vida, la muerte, la familia, la naturaleza, la amistad, el trabajo, están más cerca de nuestra Cultura Madre, que de la cultura Occidental. El problema es que en estos últimos 500 años nos han educado a sentir vergüenza y menosprecio de nosotros mismos y a tener en el olvido la esencia y herencia luminosa de nuestros Viejos Abuelos. Educación que nos ha mantenido siempre derrotados y sumisos, impotentes ante lo extranjero y al mismo tiempo, feroces verdugos de nuestra cultura primordial y de nuestra gente. Copiando modas y culturas extranjeras para supuestamente con eso sentirnos "modernos y progresistas", pero lo que en verdad nos hacen, es sólo ser cosumistas de productos chatarra y dejarnos en la miseria económica y espiritual.
Celebrar la fiesta de el día de muertos con profunda y autentica emoción, apegados a la tradición y a la costumbre, es iniciar un viaje al corazón del México Antiguo, un encuentro con nosotros mismos.
(*) Cantares Mexicanos.
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